COLCA PERU
jueves, 16 de agosto de 2012
ROMANTICISMO
Romanticismo
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Se desarrolló en
la primera mitad del siglo XIX, extendiéndose desde Inglaterra a Alemania hasta llegar a otros países. Su
vertiente literaria se fragmentaría posteriormente en diversas corrientes, como
el Parnasianismo, el Simbolismo, el Decadentismo o el Prerrafaelismo, reunidas en la denominación general de Posromanticismo, del cual derivó el llamado Modernismo
hispanoamericano. Tuvo fundamentales aportes en los campos de la literatura, la pintura y
la música. Posteriormente, una de las corrientes vanguardistas del siglo XX, el Surrealismo, llevó al extremo los postulados románticos de la
exaltación del yo.
Etimología
Si bien está clara
la relación etimológica entre romántico
y el término francés para novela roman,
no toda la crítica se pone de acuerdo. En todo caso parece que la primera
aparición documentada del término se debe a James Boswell a mediados del siglo XVIII, y aparece en forma adjetiva,
esto es, romantic o romántico. Lo utiliza para referirse
al aspecto de Córcega. Este término hace referencia a lo inefable, aquello que no se puede
expresar con palabras. Así, en un principio, se entendería que un sentimiento
romántico es aquel que requiere de un roman
para ser expresado. El texto de Boswell se tradujo a varias lenguas, llegando a
alcanzar especial fuerza en alemán, con la difusión de romantisch, en oposición a klassisch.
Según René Wellek el término sirvió en principio para
denominar una forma genérica de pensar y sentir y sólo en 1819, con Friedrich Bouterwek se emplea Romantiker como denominación de la escuela literaria. La
difusión del término es irregular por países; en 1815 en España podemos encontrar romancesco
junto a romántico,
estabilizándose el segundo ya en 1918.1
Otro origen del
término muy señalado es el que relaciona «romántico» con la expresión «in
lingua romana» que alude a las lenguas romances distinguiéndolas de la antigüedad clásica representada
por el latín. Se trataría por tanto de un giro hacia la lengua propia y vernácula como
representate de la propia cultura. Igualmente surge con este término una
oposición entre «romántico» y «clásico» en función de la lengua que prefirieran
y, por añadidura, asociada también al gusto creador de unos y otros.2
Características
El Romanticismo es
una reacción contra el espíritu racional y crítico de la Ilustración y el Clasicismo, y favorecía, ante todo:
- La conciencia del Yo como entidad autónoma y, frente a la universalidad de la razón dieciochesca, dotada de capacidades variables e individuales como la fantasía y el sentimiento.
- La primacía del Genio creador de un Universo propio, el poeta como demiurgo.
- Valoración de lo diferente frente a lo común, lo que lleva una fuerte tendencia nacionalista.
- El liberalismo frente al despotismo ilustrado.
- La originalidad frente a la tradición clasicista y la adecuación a los cánones. Cada hombre debe mostrar lo que le hace único.
- La creatividad frente a la imitación de lo antiguo hacia los dioses de Atenas.
- La obra imperfecta, inacabada y abierta frente a la obra perfecta, concluida y cerrada.
Es propio de este
movimiento un gran aprecio de lo personal, un subjetivismo e individualismo absoluto, un culto al yo fundamental y al carácter
nacional o Volksgeist, frente a la universalidad y sociabilidad
de la Ilustración en el siglo XVIII; en ese sentido los héroes románticos son, con
frecuencia, prototipos de rebeldía (Don Juan, el pirata, Prometeo) y los autores románticos quebrantan cualquier normativa o tradición
cultural que ahogue su libertad, como por ejemplo las tres unidades aristotélicas
(acción, tiempo y lugar) y la de estilo (mezclando prosa y verso y utilizando
polimetría en el teatro), o revolucionando la métrica y volviendo a rimas más libres y populares como la asonante. Igualmente, una renovación de
temas y ambientes, y, por contraste al Siglo de las Luces (Ilustración),
prefieren los ambientes nocturnos y luctuosos, los lugares sórdidos y ruinosos
(siniestrismo); venerando y buscando tanto las historias fantásticas como la superstición.
Un aspecto del
influjo del nuevo espíritu romántico y su cultivo de lo diferencial es el auge
que tomaron el estudio de la literatura popular (romances o baladas anónimas, cuentos tradicionales, coplas, refranes) y de las literaturas en lenguas regionales durante este periodo: la gaélica, la escocesa, la provenzal, la bretona, la catalana, la gallega, la vasca... Este auge de lo nacional y del nacionalismo fue una reacción a la cultura francesa del siglo XVIII, de espíritu clásico y universalista,
difundida por toda Europa mediante Napoleón.
El Romanticismo
también renovó y enriqueció el limitado lenguaje y estilo del Neoclasicismo, dando entrada a lo exótico y lo
extravagante, buscando nuevas combinaciones métricas y flexibilizando las
antiguas o buscando en culturas bárbaras y exóticas o en la Edad Media, en vez de en Grecia o Roma, su inspiración.
Frente a la
afirmación de lo racional, irrumpió la exaltación de lo instintivo y
sentimental. «La belleza es verdad». También representó el deseo de libertad
del individuo, de las pasiones y de los instintos que presenta el «yo»,
subjetivismo e imposición del sentimiento sobre la razón. En consonancia con lo
anterior, y frente a los neoclásicos, se produjo una mayor valoración de todo
lo relacionado con la Edad Media, frente a otras épocas históricas.
El estilo vital de
los autores románticos despreciaba el materialismo burgués y preconizaba el amor libre y el liberalismo en política, aunque hubo también un Romanticismo
reaccionario, representado por Chateaubriand, que preconizaba la vuelta a los valores cristianos de
la Edad Media. El idealismo extremo y exagerado que se buscaba en todo el
Romanticismo encontraba con frecuencia un violento choque con la realidad
miserable y materialista, lo que causaba con frecuencia que el romántico acabara
con su propia vida mediante el suicidio. La mayoría de los románticos murieron jóvenes. Los románticos amaban la
naturaleza frente a la civilización como símbolo de todo lo verdadero y genuino.
CARLOS AUGUSTO SALAVERRY RAMIRES
Carlos Augusto Salaverry
Carlos Augusto Salaverry Ramírez
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Poesía, teatro
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Su padre quiso que se educase en Lima y no en la ardiente provincia
piurana, ni tampoco al lado de su madre. Traído pues a Lima, creció y se educó
bajo los cuidados de Juana Pérez de Infantas, la esposa legítima de su padre, y
al lado de su hermanastro, llamado también Felipe Santiago.
Su vida en una casa absolutamente extraña fue triste. Tenía solo 6 años
cuando su padre fue derrotado y fusilado por Andrés de Santa Cruz, quien usurpó el poder en el Perú (1836). Hubo de seguir entonces a sus familiares en el
destierro a Chile. Fue así como su personalidad empezó a formarse en la soledad, la tristeza
y las penurias económicas. Apenas pudo cursar estudios elementales.
Tras la caída de Santa Cruz, pudo retornar al Perú (1839). A la edad de 15 años ingresó al ejército en calidad de
cadete, en el batallón Yungay (1845). Trasladado de guarnición en guarnición, acaso por temor de que acariciara
excesivos sueños de gloria como su célebre padre, vio así pasar los años de su
mocedad, entre las alternativas del servicio y los pronunciamientos militares.
Pero la rígida disciplina del cuartel no ligaba con su temperamento
liberal. Se caracterizó por su propensión a la soledad y al estudio. Parece que
en aquella etapa, merced a los ratos hurtados para entregarse a la lectura de Víctor Hugo y Heinrich Heine, nació su decidida vocación por las letras.
Luego, precoces amoríos con Mercedes Felices lo llevaron al matrimonio,
unión que resultó fugaz y desdichada. Tenía entonces 20 años. Después se dejó arrastrar
por otra pasión amorosa, esta vez por Ismena Torres, cuya familia se trasladó a
Europa, para alejarla de él, y donde aquella se casó con el hombre que le
impusieron. El diario en prosa escrito por Salaverry para registrar las
incidencias de su idilio con Ismena se convirtió después, transpuesto al verso,
en su mejor obra: Cartas a un ángel.
Ascendió a Teniente en 1853 y a Capitán en 1855. Su vocación poética se hizo pública de casualidad. Sus primeros versos
aparecieron publicados en El Heraldo
de Lima, en 1855, gracias a la intercesión de su amigo Trinidad Fernández, poeta y militar
como él. Salaverry las firmó con sólo sus iniciales. Tenía entonces veinticinco
de edad. Por esos años estrenó también sus primeros dramas que obtuvieron
resonantes éxitos: Arturo (su
primer estreno), Atahualpa o la
conquista del Perú (1854), Abel
o el pescador americano (1857) y El
bello ideal (1857), cada uno de ellos en cuatro actos y en verso.
Ostentaba el grado de Sargento Mayor cuando inició su participación en la
agitada vida política peruana, como secretario del coronel Mariano Ignacio Prado, durante la revolución que este militar
inició en Arequipa contra el gobierno de Pezet, a propósito del incidente con España (1865). Poco después, siempre a lado del dictador Prado, actuó
en el Combate del Dos de Mayo contra la flota española y dentro de las
filas que comandaba el coronel Francisco Balta. Luego secundó la revolución encabezada
por el coronel José Balta (1867) contra la dictadura de Prado.
Con la ascensión al poder de Balta (1869), fue incorporado al servicio diplomático, como secretario de legación,
trabajo que le permitió recorrer Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia. Antes ya había publicado la primera edición de su poemario Diamantes y perlas (Lima, 1869). En
Europa editó la colección de poemas titulada Albores y destellos (El Havre, 1871), obra que incluye tres
libros: el del título propiamente dicho, Diamantes
y perlas y Cartas a un ángel.
Se hallaba en París, cuando, al subir en Perú el régimen civilista de don Manuel Pardo, se enteró que su cargo había sido
suprimido, sin concedérsele derecho a pasaje ni indemnización alguna. Durante
seis años el gran poeta sobrellevó una existencia de angustia en Francia,
llegando al extremo de pensar en el suicidio como única solución a sus
despiadados conflictos conyugales y amatorios.
En 1878 regresó al Perú, envejecido y amargado. Gobernaba nuevamente el ya general
Mariano Ignacio Prado. Pero, al año siguiente estalló la guerra con Chile, y el poeta hubo de cumplir sus deberes de
ciudadano. Producida la ocupación de Lima, se unió al gobierno provisional de Francisco García
Calderón, en la Magdalena Vieja, acompañándolo en sus gestiones pacifistas. Pero un
mal día García Calderón fue apresado por los invasores y deportado a Chile.
Salaverry, después de publicar Misterios
de la tumba (Lima, 1883), poema filosófico, emprendió nuevamente viaje a
Europa, donde le aguardaba el amor, un amor ya crepuscular. Contrajo entonces
matrimonio por segunda vez, en París. Luego viajó incesantemente por diversas
ciudades de Italia, Suiza y Alemania. Al terminar esta gira feliz en 1885 sintió los primeros síntomas de la parálisis que lo aquejaría el resto de su vida. Su vida se fue
apagando debido a la enfermedad, ocasionándole la muerte el 9 de abril de 1891, en París. Sus restos fueron repatriados en 1964 a su tierra natal, reposando en el cementerio "San José" de Sullana
Movimiento literario
Es la única figura perteneciente al romanticismo peruano, quien, junto con
Ricardo Palma —de la generación que éste llamó “la bohemia de mi tiempo”—, ha sobrevivido literariamente a su
tiempo.
Existe un consenso entre los críticos peruanos para considerar a Salaverry
como el mayor exponente lírico de la generación romántica y por ende, de la
lírica de su siglo, el XIX. Su poesía, que ha merecido la atención de
estudiosos como Alberto Ureta —uno de sus principales panegiristas—, José de la
Riva-Agüero y Osma, Ventura García Calderón, Luis Alberto Sánchez y Augusto Tamayo Vargas, se singulariza por la dulzura melancólica
de su alma apasionada, por el elegante pesimismo de su actitud ante la vida y
por la emoción colorista que anima su intimidad desgarrada. Mariátegui dice que
Melgar tiene más vigencia que Salaverry, porque supo cantar al pueblo.
Obras
Poesía
Carlos A. Salaverry. Grabado de Evaristo San Cristóval.
Salaverry abarco géneros diversos, aunque lo más valioso de su producción
es su obra lírica, que destaca —en los momentos en que no abusa de estereotipos
poéticos y sentimentales típicos del romanticismo—, por su musicalidad, su sensibilidad y fuerza
sentimental cuando llega a expresar emociones sinceras y su espíritu interior.
En su obra se nota el influjo de la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, que lo estimuló a abandonar las fórmulas
gastadas del romanticismo por un estilo más profundo y personal.
- Diamantes y perlas (1869). Se compone, sobre todo, de sonetos variados, algunos circunstanciales y otros de temas amorosos y también festivos.
- Albores y destellos (1871), reúne la gran mayoría de poemas con motivos político-sociales y los que tratan, a veces arrebatadamente rozando con la metafísica, el tema de la muerte.
- Cartas a un ángel (1871), en cuyo conjunto pueden encontrarse algunos logrados poemas amorosos y eróticos, inspirados en la misma mujer. Opina Alberto Escobar: "Por ser libro de amor, Cartas a un ángel es al mismo tiempo, canto de dolor, a la ausencia, al pasado feliz, al sentido del tiempo; perspectiva amatoria que Salaverry poseyó como pocos poetas peruanos. Ha sido en esos versos en los que su talento dio el fruto menor; de la anécdota personal asciende Salaverry al tema permanente del amor e incide así en un rasgo esencial del carácter humano". De esta colección pertenece el poema antológico “¡Acuérdate de mí!”, ampliamente reproducido en los textos escolares.
- Misterios de la tumba (1883), poesías de reflexión filosófica.
Teatro
Escribió, según afirman los tratadistas, aproximadamente una veintena de
piezas teatrales, grandilocuentes y claramente románticas, que fueron
estrenadas en Lima (y una en el Callao). De entre las que fueron impresas
destacan las siguientes:
- Atahualpa o la conquista del Perú (1854),
- Abel o el pescador americano (1857),
- El bello ideal (1857),
- El amor y el oro (1861),
- La estrella del Perú (1862)
- El pueblo y el tirano (1862).
Del resto de su producción teatral sólo se conservan los títulos: Arturo, Los ladrones de alto rango, Sueños del corazón, La
espada de San Martín, El hombre
del siglo XX, Un desconocido,
El virrey y su favorita, Gigantes y pigmeos, La escuela de mujeres, El bombardeo de Pisagua.
Muchas de ellas alcanzaron éxito rotundo. No en vano se decía que
Salaverry, después de Manuel Ascencio Segura, era uno de los autores teatrales peruanos
más afortunados de la época. Sin embargo, con el correr de los años, muchas de
estas obras han venido a menos y hoy, casi todas, permanecen relegadas al
olvido. Todas ellas, por imposición de la época, están escritas en verso. Pecan
de artificiosidad por las truculencias impuestas por el romanticismo. Abundan
los largos monólogos confesionales; y los personajes, héroes de opereta, que
por aquellos años arrancaron nutridos aplausos, llegan a nuestros días como
seres exóticos y estrafalarios, dándonos testimonio de una época ardorosa y
sonámbula que el pragmatismo de ahora hace inadmisible.
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